Un día sucedió lo que era esperable. La matriarca se olvidó de coger las llaves al salir. En los diez años que llevamos viviendo aquí no sé cuántas veces puede haber sucedido eso, pero hoy ha sucedido.
Vamos por partes. Por la mañana, hubo un portazo-que-hace-temblar-el edificio-y-marca-dos-con-uno-en-la-escala-Richter. Salió la matriarca. Hasta ese momento, yo no sabía quién había salido, era un portazo más. Pero una hora más tarde, más o menos, oí cómo llamaban a la puerta. Timbrazo salvaje, como el hijo. Y venga timbrazos. Me asomé a la mirilla, todo convencido que era el hijo pequeño, el trolín pulsatimbres. Con ese me atrevía, ya lo hice otras veces. Sali y le dije que se calmase. Pero no, no era el trolín, es la trolona, es su santa madre. ¿Qué hace ella timbrando como una loca? Se pone a gritar como una loca (no es buena comparación, loca ya está, o no, la verdad no sé si trolismo y locura tienen algo en común, pero, en fin, es una manera de hablar).
La cosa es que, cuando vi que era Sordapia, no me atreví a salir. Me volví al salón, porque, de todos modos, los ruidos brutales se oían igual. Nunca me dejará de asombrar como un ser que apenas mide 1,60 m y debe pesar 50 kilos tiene tal capacidad pulmonar.
A la vista de que quienquiera que estuviese en la casa no respondía y, por tanto, no acudía a abrir la puerta, la matriarca comenzó a pegar con la palma de la mano en la puerta. Pobre puerta. Si fuese sentiente, ya se habría suicidado, no me cabe duda. Aquellos golpes parecían propinados por una mano de una persona de al menos tres metros de altura, no por alguien que mide la mitad. Si me sorprendió siempre la capacidad pulmonar de Sordapia, su capacidad para propinar bofetones (aunque fuera a una puerta) era para asustar. Imposible no asustarse. Se le puede aplicar el dicho de "pequeñita, pero matona". Y es que es letal la matriarca trol.
En fin, durante unos cinco minutos se siguieron manotazos a la puerta y timbrazos. Daba miedo. Ese día seguro que los sismólogos de Castilla La Mancha debieron registrar otros cuantos picos sísmicos inexplicables en mi pueblo debido a los manotazos a la puerta. A todo esto, hay que añadir las repetidas veces que gritó: "¡Abre, ya, joputa", que debió oírse en un radio de siete kilómetros a la redonda.
Al cabo de esos cinco minutos interminables, oí una voz de dentro de la casa que dijo algo así como: "Toinlacama". O sea, había alguien en casa, sí, estaba en la cama, pero no se iba a levantar.
Sin embargo, al cabo de unos segundos, oí un "tlac". Alguien abrió. Pero extrañamente, todavía el trolhijo seguía diciendo lo mismo: "Toinlacama".
Al entrar la madre, escuché ruidos que prefiero no descubrir, pero que reflejaban una violencia interna que denotaba ataques de toda índole de la matriarca al trolhijo. Este, haciendo lo más parecido que existe a llorar, pero siempre desde el eructo, decía: "Tabanlacama, tabanlacama, tabanlacama". Quizá nadie lo había enseñado a levantarse solo, quizá la cama lo retenía y le decía: "No te vayas".
Entonces, ustedes me preguntarán: si alguien abrió la puerta y no fue el hijo yaciente, ¿quién fue? La respuesta solo puede ser una: el ser más inteligente de la trolicueva. ¿Y quién es? Pues el perro de caza. Sí, fue él. Aprendió él solito a saltar hasta la manilla y abrirla. Bendito sea el can, bendito sea.
© Frantz Ferentz, 2020