Thursday 6 May 2010

3. Rediseñando un ego infecundo


     Enceflana era consciente de que era mala. Mala, muy mala. Mala persona. Mala de verdad. Hacía la vida imposible a los que la rodeaban, sin por ello sentirse mal. ¿Qué había en su interior que la impulsaba a ser tan mala?
     Intentaba recordar de dónde le arrancaba la maldad, pero había siempre una barrera en su memoria, de los dieciocho años para abajo, donde estaba todo gris, como si una goma gigantesca hubiese borrado todos sus recuerdos, o como si hasta esa edad hubiese estado empalmando una borrachera tras otra.
      La cuestión es que no recordaba nada... o casi nada. Algún recuerdo suelto sí tenía, como cuando siendo una niña obligó a una rana a cantar mientras la freía en el microondas. Era una crueldad inaudita, más si cabe teniendo en cuenta que aquel recuerdo del microondas viene de un momento en el que aún no se habían inventado los microondas.
     Decidió visitar a un hipnotizador. Quizás a través de la hipnosis conseguiría recordar cómo había sido su infancia, para así entender por qué era tan mala.


* * *

     "Clac". El sonido de los dedos la sacó del trance. A su lado, el hipnotizador, pálido como un cadáver, había empezado comiéndose las uñas, pero ya se había devorado la primera falange del dedo anular izquierdo. Estaba demudado, muerto de miedo. con el cabello encrespado como si fuera un cepillo de púas.
     - Dígame algo, yo no recuerdo nada -le dijo Enceflana a aquel pobre ser cuya vida ya estaba trastocada para siempre y que se apretujaba contra la pared, intentando apartarse de aquella mujer.
     Sacando fuerzas de flaqueza, el hipnotizador acabó moviéndose, abrió la puerta de un trastero, sacó una escoba y se la lanzó a Enceflana. Luego le dijo:
     - ¿Sabe barrer?
     - No -respondió ella.
     - Móntela.
     - Cochino.
     El hipnotizador, histérico, le gritó:
     - Que la monte.
     Enceflana obedeció. Se subió en la escoba. Y entonces ocurrió. En cuanto el culo de la mujer encajó en el palo de la escoba, además de darle un cierto regusto, la madera comenzó a vibrar, pero no en el sentido que tú, querido lector, te imaginas, sino que comenzó a vibrar para alzarse en el aire.
    Unos segundos después, Enceflana atravesaba volando la ventana de la consulta del hipnotizador, haciendo saltar los cristales por los aires, mientras gritaba como un vaquero legendario:
     - ¡Soy una bruja, soy una bruja, yuhuuu!

© Frantz Ferentz

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