No podré seguir contando nada más. sobre Enceflana. Sé que esto, a algunos, les puede causar dolor en el bajo vientre, pero también es verdad que sus quijadas y su moral lo agradecerán, será cuestión de acostumbrarse. Enceflana ya no está entre nosotros. No es que se haya muerto o se haya metido a monja de clausura (pobre convento...). No, no es eso. Enceflana ya no está en su país, en su casa, con su gente. Fue algo repentino, un cambio de vida radical. Todo ocurrió bastante rápido.
Todo empezó en una de aquellas salidas con los colegas de trabajo. Satona, la más odiada, se trajo por fin a su novio, un muchachote fuerte, con tableta en el abdomen, bombero, guapo, de quitar el hipo. Enceflana, fiel a sus ataques de envidia, no pudo resistir imaginarse las noches de pasión con aquella máquina sexual. Por eso, sus glándulas sudoríparas comenzaron a dispararse y, enseguida, su olor axilar invadió el bar de copas donde estaban, obligando a los presentes a abandonarlo. Bien, no a todos, porque un hombre apuesto se quedó en el otro extremo de la barra. Aquel dijo:
- Enti bišimmi izzayi gámla, ya h'ababití.
Lo que faltaba, hablaba idiomas. Pero no fue problema. El hombre chascó los dedos y enseguida entró un hombrecillo menudo cubierto con un turbante y los dedos taponando la pituitaria, que tradujo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que tú hueles como una camella.
Un principe... guau. Era pequeñajo, no debía medir más de metro cincuenta y cinco, pero tenía una perilla muy mona y soportaba perfectamete su olor axilar. El hombrecillo, sentado en un taburete, sin alcanzar con los pies en el suelo, estaba tomando algo. Dejo un billete de quinientos euros como pago y luego dijo:
- Ana bah'abb ilmara izzeyik. Ta3ál ma3ya.
El intérprete dijo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que le gustan las mujeres como tú, que vayas con él.
Enceflana no se lo pensó. Se dejó llevar a un hotel de seis estrellas y tuvo una noche de pasión inolvidable en que el príncipillo cabalgó su camella por entre las dunas del desierto. Aquello fue casi tan bueno como el orgasmo que le causó la cabra meses atrás.
Después de satisfacer sus pasiones pecuarias, el príncipe propuso a Enceflana:
- Enti lázma tekún izzawga bita3átí, ya gámla bén iggámlát -y chascó los dedos.
Por la megafonía, el cansino intérprete dijo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que tú seas su esposa, camella entre las camellas.
- Pero yo estoy casada...
El intérprete, también vía megafonía, tradujo. Entonces el príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri propuso a la mujer convertirse allí mismo a su religión y mandar tres SMS a su marido. En su país con eso bastaba para divorciarse.
Así lo hizo. Enceflana abandonó todo por amor y por tolerancia. Nadie la había tratado así, nadie había gozado con su olor axilar, llamándola camella entre las camellas. Era tan romántico. Por eso, abandonó su gente, su país y sus desodorantes y siguió a su nuevo amante a un harén localiado en un punto indeterminado de la Península Arábiga donde ahora es la favorita sesenta y cuatro del príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri y viste una preciosa ropa negra que le cubre todo salvo los ojos, siempre entre celosía de las Mil y Una Noches. Un planazo, vaya.
Como es fácil imaginar, el marido de Enceflana no se llevó ningún disgusto. Al contrario, desde que Piti la pitón vivía con él, había rehecho su vida, era un hombre feliz.
La hija de ambos tardó seis meses en darse cuenta de que su madre no aparecía por casa. La verdad es que entre no tener madre y tener aquella madre, la chica no notó ninguna diferencia, de modo que no tuvo que recurrir a ningún psicólogo, psiquiatra o psicodramaturgo (alguien que recicla dramas para usarlos como guión de telebasura).
Y encuanto a Josefo, la mascota de Enceflana, esa sí que sufrió. Sin los odores de su ama cerca, se escapó enseguida de aquella casa donde Piti la pitón la miraba con ojos golosillos. Nadie la ha vuelto a ver, quizás aún vague por alguna de las autovías de circunvalación de Madrid aspirando el humo de los camiones, quizás haya vuelto al zoo y se gane la vida recogiendo cacahuetes del suelo para revendérselos a los monos.
Todo empezó en una de aquellas salidas con los colegas de trabajo. Satona, la más odiada, se trajo por fin a su novio, un muchachote fuerte, con tableta en el abdomen, bombero, guapo, de quitar el hipo. Enceflana, fiel a sus ataques de envidia, no pudo resistir imaginarse las noches de pasión con aquella máquina sexual. Por eso, sus glándulas sudoríparas comenzaron a dispararse y, enseguida, su olor axilar invadió el bar de copas donde estaban, obligando a los presentes a abandonarlo. Bien, no a todos, porque un hombre apuesto se quedó en el otro extremo de la barra. Aquel dijo:
- Enti bišimmi izzayi gámla, ya h'ababití.
Lo que faltaba, hablaba idiomas. Pero no fue problema. El hombre chascó los dedos y enseguida entró un hombrecillo menudo cubierto con un turbante y los dedos taponando la pituitaria, que tradujo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que tú hueles como una camella.
Un principe... guau. Era pequeñajo, no debía medir más de metro cincuenta y cinco, pero tenía una perilla muy mona y soportaba perfectamete su olor axilar. El hombrecillo, sentado en un taburete, sin alcanzar con los pies en el suelo, estaba tomando algo. Dejo un billete de quinientos euros como pago y luego dijo:
- Ana bah'abb ilmara izzeyik. Ta3ál ma3ya.
El intérprete dijo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que le gustan las mujeres como tú, que vayas con él.
Enceflana no se lo pensó. Se dejó llevar a un hotel de seis estrellas y tuvo una noche de pasión inolvidable en que el príncipillo cabalgó su camella por entre las dunas del desierto. Aquello fue casi tan bueno como el orgasmo que le causó la cabra meses atrás.
Después de satisfacer sus pasiones pecuarias, el príncipe propuso a Enceflana:
- Enti lázma tekún izzawga bita3átí, ya gámla bén iggámlát -y chascó los dedos.
Por la megafonía, el cansino intérprete dijo:
- El Príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri dice que tú seas su esposa, camella entre las camellas.
- Pero yo estoy casada...
El intérprete, también vía megafonía, tradujo. Entonces el príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri propuso a la mujer convertirse allí mismo a su religión y mandar tres SMS a su marido. En su país con eso bastaba para divorciarse.
Así lo hizo. Enceflana abandonó todo por amor y por tolerancia. Nadie la había tratado así, nadie había gozado con su olor axilar, llamándola camella entre las camellas. Era tan romántico. Por eso, abandonó su gente, su país y sus desodorantes y siguió a su nuevo amante a un harén localiado en un punto indeterminado de la Península Arábiga donde ahora es la favorita sesenta y cuatro del príncipe el-Khan el-Khalili el-Qahiri y viste una preciosa ropa negra que le cubre todo salvo los ojos, siempre entre celosía de las Mil y Una Noches. Un planazo, vaya.
Como es fácil imaginar, el marido de Enceflana no se llevó ningún disgusto. Al contrario, desde que Piti la pitón vivía con él, había rehecho su vida, era un hombre feliz.
La hija de ambos tardó seis meses en darse cuenta de que su madre no aparecía por casa. La verdad es que entre no tener madre y tener aquella madre, la chica no notó ninguna diferencia, de modo que no tuvo que recurrir a ningún psicólogo, psiquiatra o psicodramaturgo (alguien que recicla dramas para usarlos como guión de telebasura).
Y encuanto a Josefo, la mascota de Enceflana, esa sí que sufrió. Sin los odores de su ama cerca, se escapó enseguida de aquella casa donde Piti la pitón la miraba con ojos golosillos. Nadie la ha vuelto a ver, quizás aún vague por alguna de las autovías de circunvalación de Madrid aspirando el humo de los camiones, quizás haya vuelto al zoo y se gane la vida recogiendo cacahuetes del suelo para revendérselos a los monos.
FIN