Saturday 19 June 2010

18. Retorno a las raíces, mas no árboreas

    Enceflana suponía que su querido Josefo, antes de llegar a ella, había vivido en el zoo. No deseaba, bajo ningún concepto, que el animalito volviese allí, lógicamente, porque, como toda bruja, tenia una mascota. Ella estaba encantada con su mofeta, tan suave, tan cariñosa, tan nauseabunda. No obstante, se sintió curiosa y decidió ir al zoo a ver dónde vivía antes su querido Josefo. Pero ni remotamente se le pasó por la cabeza llevarlo consigo, no tanto porque se lo pudiesen arrebatar, sino porque sería un trauma para él volver a aquel lugar donde había estado encerrado.
    Era ya casi verano, avanzado junio. El sol de Madrid ya golpeaba fuerte. Enceflana se fue con ropa ligera, sola, en una especie de viaje iniciático. Ni siquiera dijo a su marido dónde iba. Tanto fue así que cuarenta y ocho horas después aún no había vuelto a casa. El marido no tenía ninguna intención de denunciar su desaparición, pero la hija, que se moría de hambre, reclamó la presencia de su madre porque se negaba a seguir alimentándose solo de pizzas congeladas.
    Llamaron, por fin a la policía. Hubo suerte, cuatro horas más tarde, recibieron una llamada del zoo pidiendo al marido de Enceflana que se acercase hasta allí. Él, de mala gana, acudió. Lo habían avisado, además, de que llevase ropa de su mujer. Qué extraño, ¿habría hecho un estriptís allí? Era capaz –pensó–, le bastaba tan solo tomarse tres copazos y ya podría montar un numerito hasta encima de los elefantes.
    Una vez en el zoo, condujeron al hombre a una sala en el edificio administrativo. Enceflana descansaba en un colchón de paja, completamente desnuda. A su lado, un orangután sedado –se le veía todavía el dardo en un brazo–, la abrazaba amorosamente, como si fuera su pareja. Uno de los veterinarios, después de saludar al marido le explicó:
    – Verá usted, a pesar de todo no hemos conseguido separar al orangután de su señora. Hemos interpretado que su señora emana unos odores que excitan profundamente a los orangutanes. Cuando ella estaba paseando al lado de la jaula de estos simios, uno de ellos, precisamente ese de ahí, sumamente excitado, consiguió salir de la jaula -no me explico cómo- y se llevó a su señora para dentro. Desde entonces no la ha soltado. ¿Usted entiende algo?
    Claro que entendía, pero prefería callarse porque no le gustaba que lo tomasen por víctima, aunque tal vez ahora podría usar la infidelidad de ella con el orangután para pedir el divorcio. Quién sabe.

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