Wednesday 23 June 2010

22.- La vida y sus consecuencias

    Enceflana estaba en el aeropuerto. Había ido a acompañar a su hija a coger el avión a Dublín. La chica iba a pasar un mes estudiando inglés allá, cosa que a la madre inquietaba sobremanera con la gentuza que corría por el mundo. Gentuza peligrosa y sin bozal.
    Tras despedir a su hija ante el control de pasaportes, se dio media vuelta con la intención de dirigirse hacia su coche. Ya estaba a punto de enfilar hacia el aparcamiento, cuando de lejos vio a aquel ser odiado cuya mera visión le hacía recordar su aerofagia: su colega Satona. ¿Qué coños estaría haciendo allí? La empezó a vigilar de lejos. Hmm, pero era complicado, aquella maldita se movía entre la gente con mucha soltura -entre otras cosas porque era una mujer menuda y no necestiaba dar culazos para abrirse paso. Enceflana se moría de ganas de saber qué hacía ella allí.
    No tenía equipaje, lo cual parecía indicar que estaba esperando a alguien, que estaba incluso buscándolo o buscándola. Enceflana sintió que su alma más maruja brotaba como un géiser, oloroso, pero un géiser. Aquella condenada se movía como una loca por el aeropuerto, qué difícil resultaba seguirla y además pasar desapercibida.
    Pero entonces, Satona se dirigió hacia donde estaba Enceflana. Tenía que reaccionar rápidamente, no podía permitir que la pillase in fraganti. Enceflana miró alrededor. Tenía que decidir rápidamente. Detrás de ella vio un quiosco. No tenía más opción. Se metió en él. De reojo seguía vigilando a Satona. Maldición, aquella mujer parecía haber descubierto su presencia. ¿Cómo justificar que estaba en el aeropuerto "nada más" acompañando a su hija? No, aquella iba contra su orgullo. Miró en derredor. Encontró un libro gordísimo en inglés. Por lo menos tenía seiscientas páginas. Satona seguía acercándose. Enceflana fue a pagarlo a la caja.
    - Señora, este libro no está en venta -le dijo la cajera-. En realidad eso lo tenemos a disposición de ciertos clientes, para que lo consulten cuando...
    - Pero, ¿cómo? Tenga, cien euros y no se hable más, caray.
    - Como quiera, pero...
    No la dejó acabar. Le largó un billete de cien euros y un chupachups de regaliz. Después, ya con el libraco en la mano -ni se había molestado en meterlo en la bolsa-, se dirigió hacia la puerta de salida del quiosco.
    - Hombre, Satona, bonita, ¿cómo tú por aquí? -saludó Enceflana haciendo muestras de unas excelentes dotes de actriz e intentando sonsacar información.
    - Ence, querida, qué casualidad. Pues ya ves, he venido a ver si encuentro a Karail.
    "Karail", vaya nombre, así se quedaba con las ganas de saber si se trataba de un hombre o una mujer. Pérfida, más que pérfida, ojalá le cayese un avión encima.
    - Qué bien... -Ence esperó a que le preguntasen a ella.
    - ¿Y tú? -había picado, había picado, con todo lo lista que era, había caído en su trampa.
    - Bueno, yo vengo por aquí de vez en cuando a comprar libros en inglés, ¿sabes? Es que como el aeropuerto es tan internacional, aquí encuentro buenas novelas en inglés sin dificultades.
    Satona echó un vistazo al libro. Luego sonrió y le comentó a Enceflana:
    - Novelas, no sé, pero deberías graduarte la vista, querida.
    - ¿Por qué?
    - Porque te has comprado la guía telefónica de Londres, pero claro, será un problema de vista, no de idioma, ¿verdad?

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