Thursday 17 June 2010

15. Destinos extrapolados

    Enceflana encontró por internet un interesante estudio donde decía que toda bruja solía tener una mascota, en la mayoría de los casos un gato negro. En realidad no era un estudio -Enceflana no soportaba leer algo que tuviese más de diez líneas porque se mareaba y le entraban náuseas-, sino el inicio de una entrada de la wikipedia o algo similar.
    Pensó en que le gustaría tener una mascota en casa. Su marido casi lo era, pero no la obedecía demasiado, a la mínima de cambio se escapaba al bar. No, debía ser un animal fiel, que se adaptase a ella, a su brujería innata. No obstante, ella odiaba los gatos. La ponían nerviosa. De todos modos, ella no había leído en ningún sitio que el animal en cuestión hubiese de ser un gato (y si lo decía, estaba varias líneas más abajo, allí donde Enceflana nunca llegaría leyendo).
    La idea de la mascota brujeril se convirtió en obsesión, pero sus poderes funcionaron solos. La conexión se abrió, su aura buscó a la mascota en el caos universal, o sea, en El Corte Inglés. Fue de un modo absolutamente inesperado. Todo comenzó en época de rebajas -Enceflana nunca reconocería que iba a las rebajas, pero lo cierto es que siempre acudía a ellas-, aunque intentaba no estar en primerísima fila para que su imagen no apareciese en los periódicos o la televisión. Entre aquella marea humana que se mordía, pisaba, daba codazos, escupía, insultaba y practicaba el sexo disimuladamente, Enceflana sintió que su furia iba en aumento, de un modo brutal, escalonado, en espiral. Ya no lo soportaba.
    De repente, ya sin poder controlarse, levantó los brazos y gritó:
    - ¡¡¡¡¡Bastaaaaaa!!!!!
    El efluvio axilar de Enceflana comenzó a expandirse por la planta de ocasión de El Corte Inglés y luego por el resto del edificio. El efecto fue inmediato: la masa humana comenzó a evacuar el edificio desordenadamente (como es lógico), de manera que en dos minutos, todos estaban fuera.
    Enceflana se quedó sola. Qué bien. Los efluvios axilares invadían el aire. Los extractores de gases nocivos tardarían horas en evacuar aquella contaminación axilar. Y fue entonces cuando Enceflana se encontró con aquel hermoso animal que le lamía los tobillos. Evidentemente era el único que podía vivir en un ambiente así, de hecho él era otra víctima de la mala fama. Enceflana se enamoró de él y lo cogió en brazos. Era tan tierno, tenía un pelaje tan suave... El animalito, fugitivo en la ciudad después de haber escapado del zoo, había acudido al Corte Inglés atraído por aquel olor que le era tan familiar.
    La bruja ya tenía su mascota. Había decidido adoptarla, pero antes le puso un nombre: Josefo.
    Cuando el marido de Enceflana vio aquel animal sentado a la mesa comiendo del mismo plato de su mujer, se quedó de piedra. Ella, pese a todo, aún conseguía asombrarlo. Casi sin voz, le preguntó:
    - Pero ¿de dónde has sacado esa mofeta?

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