Wednesday, 16 June 2010

12. Cuestión de huevos

    Aquella noche, cuando el marido de Enceflana llegó a su casa, se encontró a su mujer tumbada en el sofá mirando la tele.
    - Hola -dijo él.
    Ella solo gruñó.
    El hombre solo fue a la cocina. Esperaba que hubiera algo para cenar aparte de las biscotes con mostaza que siempre estaban disponibles o de las galletas de perro que Enceflana devoraba entre horas, sin que nadie la convenciese de que aquello no era para humanos.
    Pero el panorama que se encontró fue desolador. La nevera estaba abierta de par en par, pero eso no era lo peor. Lo peor era que al menos diez huevos estaban estampados contra la pared y el suelo. Además, la sartén echaba humo como una locomotora y había una humareda espantosa que se escapaba por la ventana de la cocina.
    El marido de Enceflana no quiso ni preguntar a su mujer. Se limitó a retirar la sartén del fuego y llamó al telebocata y al telebirra. Tan solo le preguntó a su mujer ya desde la habitación:
    - Muy agobiada, ¿verdad cariño?
    - Ucho... -regurgitó ella rascándose la barriga despacio, porque no tenía energía.
    Y es que Enceflana no iba a explicarle a su marido que ella, una bruja, tenía inmensos poderes, que era capaz de hacer volar los huevos por el aire, pero no sabía usar su magia para freírse un par de huevos sin tener que levantarse del sofá.
    Porque los poderes son una cosa muy cansada y los huevos son una cosa muy seria.

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