Los compañeros de la oficina querían celebrar el inicio de las vaciones con una cena. Ninguno de ellos hubiera querido que Enceflana fuese con ellos, pero no tenía valor de dejarla fuera, porque, en el fondo, la temían, presentían que había algo en su naturaleza que no era normal, aunque no sospechaban que se tratase de una auténtica bruja, porque una cosa es llamar a alguien "bruja" y otra abrirla en canal para comprobarlo.
Satona pensó que, al menos, podrían usar la velada para poner a su colega en apuros con aquello del inglés que, por motivos inexplicados, había aprobado, resultando ser la más estudiante diligente de toda la oficina.
- Hemos pensado ir a un restaurante jamaicano -dijo Satona.
- ¿Y qué sirven ahí? -preguntó Enceflana medio en serio, medio en broma-, ¿ensaladas de marihuana? ¡Ja, ja, ja!
Todos la miraron sin decir una palabra. Sus risotadas habían hecho saltar la alarma de incendios y la máquina del café había empezado a largar café sin control, lo cual era un misterio más que añadir a su extrañísima personalidad.
Pero fueron allá. Como era de esperar, el menú estaba bilingüe en inglés y en amharica, el idioma de Etiopía, por aquello de que los rastafaris eran seguidores del último emperador Haile Selassie. Enceflana comenzó a sudar porque no entendía nada. Su inglés era nefasto, cosa harto sabida, pero nunca, nunca jamás, iba a reconocerlo.
El camarero se dio cuenta enseguida, por eso empezó a proponerle los platos más caros, a lo que ella decía "yes, yes" como una pánfila, sin dejar de sonreír. Por eso, cuando se encontró con una langosta gigante adobada con piel de sapo y tela de araña, sintió unas ganas irreprimibles de ir al baño.
Qué alivio cuando posó las posaderas en la taza del váter. Sobre la puerta había un montón de instrucciones en inglés, tanto que parecía un periódico. Por allí había un cocodrilo retratado. Horror, ¿y si hubiera cocodrilos en las cloacas? Se levantó como un rayo de la taza. Pero sus problemas habían tan solo comenzado. La puerta no se abría.
- Mierda -dijo.
Su aerofagia, debido a los nervios, comenzó a aflorar. No tenía ganas de aprovecharla para "tocar" alguna sonata. En vez de eso, se dedicó a aporrear la puerta pidiendo ayuda.
Enseguida llegó gente. Entraron incluso hombres, pero todos daban voces en inglés. ¿Es que nadie sabía hablar español allí? Enceflana, que ni se había dado cuenta que tenía todavía las bragas bajadas, perdía los estribos. Por mucho que lo intentaba, no podía controlarse y, menos aún, abrir la puerta. Estaba atascada. Comenzó a sudar como si estuviese bañándose en una olla hirviendo.
De repente, de su boca salieron estas palabras:
- Ianuam apertam volo, quare ego ut vultus volo!
La puerta salió despedida hasta estamparse contra la pared de frente. Si había pillado a alguien por delante, tendría tan solo dos dimensiones después del impacto.
Cinco o seis personas la miraban atónitos. Entre ellas estaba Satona. Fue ella, precisamente, la que antes reaccionó. Se acercó hasta la puerta y con un simple clic, la desatrancó. Después le dijo:
- ¿Pero cómo? A ver si va a ser verdad que no tienes ni puta idea de inglés, que has sido incapaz de leer las instrucciones que decían que para desatrancar la puerta bastaba mover esta palanquita hacia la izquierda...
Las bragas bajadas de Enceflana, mientras tanto, se preguntaban que qué hacían ellas allí abajo a la vista de todos.
Satona pensó que, al menos, podrían usar la velada para poner a su colega en apuros con aquello del inglés que, por motivos inexplicados, había aprobado, resultando ser la más estudiante diligente de toda la oficina.
- Hemos pensado ir a un restaurante jamaicano -dijo Satona.
- ¿Y qué sirven ahí? -preguntó Enceflana medio en serio, medio en broma-, ¿ensaladas de marihuana? ¡Ja, ja, ja!
Todos la miraron sin decir una palabra. Sus risotadas habían hecho saltar la alarma de incendios y la máquina del café había empezado a largar café sin control, lo cual era un misterio más que añadir a su extrañísima personalidad.
Pero fueron allá. Como era de esperar, el menú estaba bilingüe en inglés y en amharica, el idioma de Etiopía, por aquello de que los rastafaris eran seguidores del último emperador Haile Selassie. Enceflana comenzó a sudar porque no entendía nada. Su inglés era nefasto, cosa harto sabida, pero nunca, nunca jamás, iba a reconocerlo.
El camarero se dio cuenta enseguida, por eso empezó a proponerle los platos más caros, a lo que ella decía "yes, yes" como una pánfila, sin dejar de sonreír. Por eso, cuando se encontró con una langosta gigante adobada con piel de sapo y tela de araña, sintió unas ganas irreprimibles de ir al baño.
Qué alivio cuando posó las posaderas en la taza del váter. Sobre la puerta había un montón de instrucciones en inglés, tanto que parecía un periódico. Por allí había un cocodrilo retratado. Horror, ¿y si hubiera cocodrilos en las cloacas? Se levantó como un rayo de la taza. Pero sus problemas habían tan solo comenzado. La puerta no se abría.
- Mierda -dijo.
Su aerofagia, debido a los nervios, comenzó a aflorar. No tenía ganas de aprovecharla para "tocar" alguna sonata. En vez de eso, se dedicó a aporrear la puerta pidiendo ayuda.
Enseguida llegó gente. Entraron incluso hombres, pero todos daban voces en inglés. ¿Es que nadie sabía hablar español allí? Enceflana, que ni se había dado cuenta que tenía todavía las bragas bajadas, perdía los estribos. Por mucho que lo intentaba, no podía controlarse y, menos aún, abrir la puerta. Estaba atascada. Comenzó a sudar como si estuviese bañándose en una olla hirviendo.
De repente, de su boca salieron estas palabras:
- Ianuam apertam volo, quare ego ut vultus volo!
La puerta salió despedida hasta estamparse contra la pared de frente. Si había pillado a alguien por delante, tendría tan solo dos dimensiones después del impacto.
Cinco o seis personas la miraban atónitos. Entre ellas estaba Satona. Fue ella, precisamente, la que antes reaccionó. Se acercó hasta la puerta y con un simple clic, la desatrancó. Después le dijo:
- ¿Pero cómo? A ver si va a ser verdad que no tienes ni puta idea de inglés, que has sido incapaz de leer las instrucciones que decían que para desatrancar la puerta bastaba mover esta palanquita hacia la izquierda...
Las bragas bajadas de Enceflana, mientras tanto, se preguntaban que qué hacían ellas allí abajo a la vista de todos.
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