Wednesday, 23 June 2010

24. Perfidia azul (por decir algo)

    Enceflana estaba contribuyendo fielmente a la polución de agua potable. Estaba, según ella, duchándose, pero la realidad es que ella sola era capaz de bloquear una depuradora. Por suerte, no se duchaba muy a menudo, lo cual no aceleraba el calentamiento global aún más.
    Mientras el agua tibia le caía por el rostro, Enceflana pensaba en sus poderes y en el poco partido que les sacaba. Ella era una bruja poderosa, pero no sabía controlar sus capacidades. No podía, por ejemplo, adelgazar solo concentrándose en ello, con lo que se ahorraría en potingues, pastillas, tratamientos, masajes... No, no, masajes no, que eso sí que valía la pena.
    Pero todo era cuestión de concentrarse. ¿Por qué no? Además, aquella agua tibia que corría por su rostro tenía un efecto sedante. El poder estaba en la mente, había leído, pero también había leído que iban a subir la luz o que Atapuerca no era un sitio donde ataban gorrinos.
    Se concentró. Cerró los ojos, limpió su mente -porque su cuerpo era imposible limpiarlo del todo-, se vio delgada, muy delgada, como un espagueti al dente, era tan delgada que no había manera de creérselo, delgada, delgada, delgada...
    De su boca, como por arte de magia, surgió una frase mágica:
    - Siat mihi corpus filum pilumque.
    ¡Shtrupff!
    ¡Enceflana adelgazó tanto de repente que se coló por el desagüe de la ducha! Increíble. La mujer sintió como el agua la arrastraba por las cañerías. Era un horror. Se puso a pensar que, si no conseguía detenerse, acabaría precisamente en la estación depuradora, cortada en cachitos entre las aspas. ¡Qué horror! No había tiempo que perder, mientras caía, volvió a concentrarse para volver a su ser normal -normal para ella, anormal para el resto-. Se concentró, se concentró, se concentró mientras caía, hasta que de repente de su boca surgieron estas palabras:
    - Siat mihi omnia cum calumnia!
    La tubería por la que iba reventó y cayó. Se encontró en la alcantarilla, pero al menos había recuperado su cuerpo normal. Encima de ella vio luz. Era la tapa. La abrió con cuidado. Por suerte para ella, era tardísimo. No había nadie por la calle. Además, estaba al lado de su casa. Más suerte no podía tener. Su cuerpo estaba todo cubierto de inmundicias, toda su piel parecía un vestido de camuflaje con mondas de patata colgando y recibos de compra del supermercado pegados a su cuerpo por doquier, como si la hubiesen comprado a plazos.
    Llamó al portero automático de su casa.
    - ¿Quién? -preguntó el marido perezosamente.
    - Yo, abre.
    Él iba a preguntarle algo pero optó por no hacerlo. Abrió. Ella se precipitó escaleras arriba con la esperanza de no encontrarse con ningún vecino. ¿Qué explicación iba a dar? Tuvo mucha suerte, llegó hasta su casa sin tropezarse con nadie. La puerta estaba abierta. Entró, se fue directamente al baño. Y justo cuando estaba metiéndose en el plato de la bañera, apareció su marido.
    - Joder, Ence, esta vez te has superado a ti misma...
    - No, déjame que te explique...
    - Mira, ni lo intentes. Nunca pensé que alguna vez podrías oler aún peor de la que ya hueles normalmente...

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