Enceflana se había pasado con la bebida. Aunque no quisiera aceptarlo, su cabeza se lo hacía patente haciendo sonar en su interior un concierto de flamenco cantado en rock y tocado por la Filarmónica de Viena. Quería ser más sociable que nadie, para lo cual había mezclado martini con Heineken, mojito y un güisqui escocés de garrafón de procedencia dudosa (las malas lenguas decían que de una destilería clandestina bajo la propia discoteca donde trabajaban gnomos cabreados, cuya furia aumentaba el poder halucinógeno de aquel güisqui).
Fuera como fuera, iba a pagar cara su osadía. Necesitaba urgentemente ir al baño y, quién sabe, quizás vomitar. Al menos intentaría evacuar y seguir el resto de la noche con agua mineral que ella diría que era ginebra inodora.
El baño estaba en penumbra, como el pedal que llevaba. Había sombras que entraban y salían a lo suyo. Por un momento Enceflana pensó que tal vez se había colado en el baño de hombres, pero respiró tranquila al comprobar que se trataba del femenino, porque no había esos meaderos extraños para hombres donde hay que hacerlo de pie.
En un momento dado, el baño se quedó solo. Enceflana estaba junto a una ventana, tan en tinieblas como todo a su alrededor. Al otro lado de la ventana había otra mujer. Enceflana la contempló. Tan solo podía vislumbrar borrosamente su rostro.
- ¿Qué? ¿De fiesta? Se te ve tan mal como a mí -empezó a decirle-. Pero debes estar hecha polvo para haberte quedado ahí fuera.... -la otra parecía mover los hombros, quizás también la cabeza como si asintiese, lo cual dio nuevos bríos a Enceflana para seguir jugando a los psicólogos en su delirio etílico-. Ya te veo, bonita, tienes cara de amargada, de no comerte un rosco, de tener una vida social de mierda, de cagarte en el gilipollas de tu marido, porque seguro que lo tienes... Pero te jode de verdad que tus colegas de trabajo te tengan por una amargada, una estirada digna de tirar por el váter... Pero creo que lo tuyo es peor, hasta a mí, que soy bastante gilipollas, lo reconozco, me dan ganas de vomitarte encima...
En ese momento, una mano se posó en el hombro de Enceflana. Una voz que a la mujer le sonaba conocida, la de alguna de las colegas de trabajo con las que había venido a la discoteca, le dijo:
- Tía, creo que te deberías ir a casa, estás fatal.
- ¿Por qué? -replicó ella arrastrando las palabras y expandiendo su aroma etílico-. Estoy de puta madre, aquí de charla con esta colegui, que es una puta y jodida pringada -y señaló hacia quien estaba al otro lado de la ventana.
- Tía, de verdad, déjalo ya, porque no has parado de hablar contigo misma en el espejo...
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