Monday, 14 June 2010

9. La hormona asesina

    Enceflana entró en la consulta del médico como un toro bravo. Abrió la puerta de un cabezazo. El médico comprobó, para su desgracia, que no se había traído el paracaídas para saltar por la ventana. Lástima, porque eran doce pisos.
    A modo de saludo, ella gritó señalándose por encima del labio superior:
    - ¿Qué es esto, qué es esto? ¿Eh? ¿Qué es?
    - ¿Un bigote?
    - ¿Está usted de coña? Esto es vello. Vello, ¿me entiende? Y ahora dígame, ¿qué hago con él?
    - ¿Afeitarse?
    - Está usted muy graciosillo y se la va a ganar -la furia de Enceflana era impresionante.
    - Hombre, yo... verá, es una cuestión hormonal. ¿Ha estado recientemente con murciélagos?
    - ¿Pero usted qué clase de médico es?
    También se preguntaba eso mismo el médico, que no entendía por qué no le daban un plus de peligrosidad por aquella paciente que era capaz de embestir como un mihura.
    El médico todavía quiso decir:
     - Verá usted, su bigo-... esto su vello no es lo más grave, sino...
    Pero Enceflana ya no lo escuchaba. Arrancó la puerta y salió de la consulta. Por suerte tiró la puerta en el descansillo porque no le cabía en el ascensor (y conste que era un puerta bastante cara).
    El médico todavía escribió en el expediente de Enceflana:
    «La paciente presenta desórdenes hormonales extraños. Le ha crecido bigote y además, sin que ella sea consciente, se le han desarrollado dos colmillos de tipo vampiro, muy acordes con su personalidad. Convendría hacer analíticas. Será preciso llamar al ejército para tenerla en cuarentena, pero conmigo que no cuenten...»

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