Wednesday, 16 June 2010

13. Autohipnoterapia... aún sin patentar.

    Mucho se prodigaba Enceflana en sueños en aquellos días. Desde que había descubierto que con los sueños recuperaba no solo su vida pasada de bruja, sino también elementos que le pasaban desapercibidos en su vida diaria, Enceflana se obligaba a soñar de noche, aunque para ello acabase echando a su marido a culazos de la cama. Aquel pobre, en vez de discutir con ella, se iba a dormir al salón sin rechistar o se ponía a chatear a altas horas de la noche con una supuesta rusa de 22 años, de nombre Olga Vicionovitch, modelo, espectacular, que en realidad era un tío con cara de hiena  practicante asiduo del autosexo, que vivía dos pisos por debajo de él. Casualidades de la vida.
    Pero volviendo a Enceflana, aquella noche tuvo sueños proféticos. Soñó que era un planeta. Soñó que cada vez que introducía las manos en el vientre extraía criaturas vivas, como una diosa. Aquello le hacía sentirse muy bien, no hacía más que pensar que le encantaría que sus colegas de trabajo la viesen en aquel momento nada más y nada menos que creando vida. De sus entrañas salían igual periquitos babosa que humanoides de petróleo con olor axilar (no olviden que estaban hechos a imagen y semejanza de su creadora).
    Se sentía tan bien. Aquella explosión de vida se iba extendiendo por el planeta, es decir, por su cuerpo para poblarlo. Qué profético. Menos mal que era una diosa buena y no se comía a sus criaturas...
    De repente el marido de Enceflana volvió a la cama. Su entrada brusca despertó a la mujer. Qué fastidio, interrumpirla en aquel sueño.
    - Gilipollas -le dijo ella.
    - Vacaburra, que encima eres una asquerosa...
    - Más lo eres tú...
    - No tú, que yo, mientras duermo, no me rasco el ombligo como si fuese un pozo de petróleo y voy dejando toda la mierda almacenada de décadas en ese agujero negro sin fondo que tienes ahí en medio esparcida por la barriga. Mírate...
    Efectivamente, pequeñas figuras de una composición grasienta poblaban el abdomen de Enceflana como un pequeño belén abstracto de seres incalificables.
    Pero todo fuere por una profecía, porque hasta la figura más amorfa contaba algo del futuro.

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